Borja García Haendler
Jefe de MRPC Asia y científico de datos CRO Asia Innovation AI Lab.
El uso de la inteligencia
artificial (IA) en la educación ha generado mucho entusiasmo pero también
ciertas preocupaciones. Voy a analizar, de manera muy resumida los beneficios y
riesgos de esta tecnología, adoptando un enfoque reflexivo y ético, para tratar
de anticipar lo que nos depara el futuro
Para empezar, y creo que uno de los elementos más importantes a destacar, es la capacidad que tiene la IA para personalizar el aprendizaje. Los sistemas de IA pueden analizar el rendimiento y las necesidades de los estudiantes, adaptando los contenidos y métodos de enseñanza a sus ritmos y estilos de aprendizaje. Esto no solo mejora la eficiencia del aprendizaje, sino que también aumenta la motivación y el compromiso de los estudiantes. Por ejemplo, un informe del Foro Económico Mundial menciona que la tecnología, incluyendo la IA, puede ayudar a los docentes a reorientar entre el 20% y el 30% de su tiempo hacia actividades que apoyen el aprendizaje de los estudiantes, en lugar de tareas administrativas rutinarias. Además, un estudio de Axon Park señala que el uso de sistemas de tutoría inteligentes basados en IA puede mejorar el rendimiento académico de los estudiantes en un 30% en algunas áreas específicas, como las matemáticas.
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Sin embargo, esta personalización plantea desafíos éticos. Por ejemplo, hay que tener mucho cuidado para poder garantizar la equidad y evitar sesgos en los algoritmos. Las IA pueden perpetuar o incluso amplificar los sesgos existentes en los datos de entrenamiento, lo que podría perjudicar a ciertos grupos de estudiantes. En este aspecto, los desarrolladores y educadores deben trabajar juntos para crear sistemas transparentes y justos, sometiéndolos a evaluaciones constantes para identificar y corregir posibles sesgos. Esto también demuestra que la IA va a cambiar la manera de trabajar, pero aparecerán nuevos trabajos.
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Otra ventaja, la IA puede aliviar a los docentes de
tareas rutinarias, permitiéndoles centrarse en actividades más creativas y en
la atención individualizada a los estudiantes. Las tareas administrativas,
como la corrección de exámenes y la gestión de asistencia, pueden
automatizarse, liberando tiempo para que los docentes se centren en el
desarrollo de habilidades críticas y en la
resolución de problemas complejos.
No obstante, la implementación de IA en las aulas debe
ser complementaria y no sustitutiva. La interacción humana sigue siendo
fundamental para el desarrollo social y emocional de los estudiantes. Como señaló
Seymour Papert, pionero en el uso de la tecnología en la educación,
"la mejor manera de aprender es mediante la interacción con otros seres
humanos, no solo con las máquinas".
Finalmente, la IA en la educación debe ser accesible
para todos. La brecha digital sigue siendo un desafío significativo,
especialmente en regiones desfavorecidas. Para que la IA tenga un impacto
positivo global, es imprescindible desarrollar infraestructuras tecnológicas
adecuadas y programas de formación que capaciten tanto a docentes como a
estudiantes en el uso efectivo de estas herramientas.
En resumen, la IA tiene el potencial de transformar la
educación, pero su implementación debe ser cuidadosa y ética. Es necesario
un equilibrio entre la tecnología y la interacción humana, junto con un
compromiso firme con la equidad y la inclusión. Solo así podremos aprovechar
plenamente las ventajas de la IA en la educación y preparar a las futuras
generaciones para un mundo cada vez más digitalizado.