La introducción de nuevas tecnologías en la educación formal
obligatoria se inició hace ya más de tres décadas y se ha manifestado en muchos ámbitos y con enfoques
diversos: gestión de la organización de la enseñanza (horarios, calificaciones,
comunicación con familias...) y la planificación directa de la enseñanza en el
aula (pizarras digitales, presentaciones, multimedia...).
La pandemia, al exigir la enseñanza a distancia, con la
utilización de plataformas que permiten dar clase en línea a un grupo de
alumnos, ha acelerado y profundizado esa presencia. Si bien en los tiempos
previos ya había algunas dudas sobre su eficacia y su valor pedagógico, desde
la pandemia han quedado más claros algunos problemas. Un informe de la OCDE
de 2015 indicaba los problemas de introducción de las TIC, desvelando lo
que llamamos brecha digital, pero también el impacto
negativo de un uso excesivo de la tecnología en el rendimiento académico de
los estudiantes.
Tras varios meses de pandemia, la situación parece ser más o
menos la misma. Examinadas
con más detalle, cuando la frecuencia es alta, la relación entre el uso de
tecnología y las competencias en matemáticas es negativa. Qué duda cabe que, en
tiempos en los que han estado cerradas las aulas o seriamente disminuida la
presencia del alumnado en el centro, esas tecnologías han ayudado a mantener el esfuerzo educativo, con los alumnos en sus casas. Eso sí, también han dejado clara la brecha digital que
incrementaba la desigualdad educativa y han sometido al profesorado a un
enorme esfuerzo, que no ven del todo exitoso.
Si bien ya se ha moderado algo ese optimismo, asociado también a la
aceptación de lo inevitable, sigue muy presente, por lo que mantener una cierta
cautela en la implantación es importante. Por un lado, hace falta ser
conscientes de las intenciones ambivalentes que las grandes empresas de tecnología
tienen cuando dedican ingentes esfuerzos en conquistar el mercado de la educación.
Por otra parte, es necesario seguir evaluando los resultados, como decimos al
principio, y publicar los datos incluso cuando no son muy reconfortantes. En su
blog, altamente recomendable, Jordi Martin lo deja claro con una pregunta que
da por supuesto que hay ocultación de datos, dejando abierta la puerta a
considerar que dicha ocultación no es inocente: ¿Por
qué se esconden los resultados de determinados experimentos educativos?